En tiempos antiguos los
señores del castillo tenían sus cotos de caza cerrados.
El que entrara en ellos y se
hiciese de alguna presa, era aprehendido y ejecutado en la horca.
En las novelas históricas no
falta el capitulo donde el pobre hombre
que captura un conejo para paliar el hambre de su famélica familia es ejecutado
ante los ojos cubiertos en llanto de sus hijos.
Que para mas dolor son humillados públicamente porque su padre ha sido condenado por ladrón.
Hoy dia los cotos de caza están
legalmente habilitados.
El amo puede cazar a su antojo
e invitar a quienes desee. Hay algunas reglas que permiten bajo ciertas
condiciones la entrada de personas ajenas.
No son aprehendidas ni
llevadas a la horca.
Son toleradas mientras se
mantengan en los lìmites, en la periferia y no traten de participar, ni
siquiera de lejos en las partidas que organiza el noble con sus invitados. Si
por casualidad alguno de ellos, mas osado o por un golpe inesperado de la
fortuna se hace de una pequeña pieza debe presentarla al señor para que disponga
según le plazca.
Ese gesto le s permite
aspirar a una mejor situación, esperan, especulan,
Nunca se sabe.
Los días pasan y los meses. Los
ajenos al señor comienzan a perder las esperanzas y poco a poco se van.
De nada vale decir que
estuvieron en el coto porque nada han conseguido
Han comprendido la lección y
buscaran encontrar otro lugar donde medrar.
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